Al principio de la crisis económica y de sus
efectos sobre el negocio periodístico una de las reacciones más comunes dentro y fuera
del sector fue asegurar que una de las causas de la caída de las ventas y del
cierre de diarios era la pérdida de credibilidad de los medios tradicionales
frente a los nuevos medios digitales.
Se argumentaba que los
nuevos medios digitales, más frescos y democráticos por su carácter gratuito,
eran además más auténticos porque permitían la interacción ciudadana. Se creaba
así una especie de control democrático del ciudadano al periodista, capaz de
corregir a éste o de aportarle nuevos puntos de vista o nuevas opiniones u
objeciones a su trabajo.
Conceptualmente esto
era fantástico, sin ninguna duda. El problema es cuando la participación ciudadana se
vendió como periodismo ciudadano y cuando la aportación ciudadana se confundió
con una fuente de noticias.
Yo puedo ver fuego y
tuitear que hay un incendio. Puedo oír una explosión y decir que ha habido una
explosión. Puedo hacer fotos, videos y compartirlos por la red.
Pero yo no puedo entrar en el lugar de ese incendio y pormenorizar sus causas, su radio de
acción, sus consecuencias exactas. Tampoco estoy capacitado ni autorizado para
determinar el origen de la explosión, sus causas, su grado de afectación, la cuantía de los daños económicos. Para
eso están los bomberos, los peritos… Esas son las fuentes. Y las fuentes hablan
con los periodistas acreditados.
Así es como trabajamos. Ese es el método de
nuestro trabajo. Pero este método necesita de un poco más de tiempo del que precisa una media verdad o un infundio para multiplicarse por las redes sociales. Ahí sí
que nos falta poder para detener la hemorragia. Nos llaman aún el cuarto poder, pero lo que nos falta es, simplemente, una quinta velocidad para quebrar la cintura al infundio.
Probablemente nunca la verdad sea más rápida que la mentira en internet. Probablemente nunca será más rápido verificar un hecho que contar simplemente lo que quieres que pase o crees que está pasando. Pero, por fortuna, cada vez veo más ciudadanos que empiezan a desconfiar de lo primero que ven por la red.
Se empieza a superar esa fase de "es que lo dice internet" y a volver la vista a la marca que está detrás de esa información. Será un proceso lento. El periodismo apenas sabe chapotear en el fango, mientras que el rumor nada como un torpedo.
De todas formas, el
periodismo del siglo XXI, el periodismo digital, está en plena adolescencia. Sólo llevamos 16 años de
un nuevo siglo que desde 2001 gira más rápido de lo que nunca habíamos visto.
El éxito periodístico del Watergate no llegó hasta los setenta del siglo
pasado.
Mientras tanto, las
redes sociales seguirán declarando mil incendios cada hora, aunque probablemente
999 sean sólo un avistamiento de humo.